RICARD MONFORTE

IN MEMORIAM

7 de agosto de 2009

 

 

 

No engaño si asevero no temer a la muerte.
Sólo le pido tiempo, un poco, el necesario
para vaciar la bolsa antes de echar la llave,
reescribir mis besos, fumigar la memoria.
Tal como me parieron quiero irme, desnudo,
sin lastres ni agujeros en el forro del alma.

 

 


 

 

Dejo un sinfín de versos rotos en la singladura de la carne, y un amor inmenso dividido entre parihuelas y trincheras;

armas blancas en la sangre, la cabeza quebrada de un ángel y un arrozal donde los pájaros abrevan su voz;

un barquito en una botella, desde donde se ve el mar.

No, no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja, soy tumulto y hambre sin verso. Palabra fénix.

Un desnudo.


Vuelvo al silencio de las sábanas, sin brazos, a la blanda espesura del sueño,

allí donde trasnochamos sin saber los motivos de la noche encaramada en los tejados, los argumentos del silencio.

Dejo un sinfín de sinónimos por indefinir y el horror de la belleza alumbrándose en las calles.

El dolor es solidario con la vida, Amor. Nada es más bello que una sonrisa y una palabra sin ansias de retorno.


 

 

A azares y venenos encomiendo
la salvación de mi vida no eterna:
Alma desnuda y carne solitaria,
zarzales de cristal en las arterias.

 

Ni el hábito asumido del dolor
redime purgatorios y cegueras;
guardo en un especiero las cenizas
de tu olvido y hambrunas irredentas.

 

Llueve polvo de amianto bajo el humo,
en él, tu alma insubstanciada, pétrea,
se embebe de sabor a piel en ascuas.
Escogiste mi muerte como emblema.

 

Clausuro, tras de ti, mi claustro al duelo
y al placer, a la gloria y la miseria.
Me reconcilio al fin con mis abismos.
Alma y carne desnudas, así sea.

 

 

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